lunes, 12 de abril de 2010

LA HISTORIA ES UN NIÑO PERDIDO


La caída del Muro de Berlín fue una puesta en escena del final de la historia. El siglo XX estuvo marcado por la lucha de las ideologías, y aquel gesto, más allá de la victoria del capitalismo, representaba la destrucción del pensamiento en combate. Esto se traduce en el arte de la única forma posible: tratando de buscar un sentido a ese falso final, y dando lugar a una de las décadas más vacías en la creación. El arte de los noventa se caracteriza por la búsqueda de tramas en que la lógica es llevada al límite y cada concepto tiene que encajar con un sentido completo. Es vital el movimiento, porque sólo a través de él el estancamiento contemporáneo puede encontrar una salida. Cinematográficamente, tres ejemplos destacables son Cube (inmersión en la búsqueda metafórica de este sentido lógico, en que los personajes están cruelmente predestinados a la trama, sin posibilidad de elección más allá de unas reglas impuestas), El club de la lucha (que alimenta una historia cada vez más enrevesada para confrontarla luego con el pensamiento individual), y la elegíaca Matrix (que lleva al límite la razón de las tramas, con una barroca estética derivada de lo virtual y que, como en un videojuego, remarca las elecciones de los personajes como determinantes del siguiente paso de la historia). En literatura, utilizaré como ejemplos El palacio de la luna (que proponía una revolución individual, defendiendo el egoísmo como único medio de alcanzar la felicidad, y terminaba con una maravillosa referencia a la última escena de Los cuatrocientos golpes, pero dándole un sentido vital al viaje), El pájaro que da cuerda al mundo (en que se parte de lo esencial para alcanzar un mecanismo cósmico que dé una lógica completa a la existencia), y sobre todo Los detectives salvajes (una búsqueda definitiva, que se adelanta a el cambio del siglo XXI truncando el final de la historia en un último giro que viene a decir que el hombre está destinado a viajar pero no a encontrar su destino). Y llega el 2001. El 11-S viene a redefinir el concepto de la hecatombe y su difusión: El espectáculo del World Trade Center siendo atravesado y hundido puede considerarse la mejor obra cinematográfica de la década. Un solo espacio es acribillado de tomas, la dinámica del lugar asegura que ningún detalle puede escapar y la imagen llega a cualquier lugar del mundo. Pero, lo más importante: el ciudadano anónimo se convierte en dueño de la noticia. Ese triunfo de la historia individual que anunciaba la caída del Muro de Berlín, aparece ahora traducido a su forma más cruel. La última consecuencia es que el engranaje de la historia vuelve a ponerse en marcha. Pero es imposible recomenzar de cero, y su mecanismo, después de diez años de estancamiento, está oxidado. Por fin quedan al descubierto las tramoyas de esa puesta en escena del 1989, y, por consiguiente, que el arte de los noventa se equivocaba: no existe un final para ninguna historia. David Lynch, Apichatpong Weerasethakul, Quentin Tarantino, Alain Resnais, Gus Van Sant, y otros muchos cineastas invocan entonces tramas despiezadas en que el sentido desaparece bajo el peso de ficciones superpuestas. Lo completo no existe, existen objetos, espacios, fórmulas que el hombre persigue sin parar. Literariamente, Al morir Don Quijote propone que la historia no sólo no termina, sino que también es desesperada y la soledad es su única respuesta. 2666 supone, metafóricamente y tras la muerte de Bolaño, la imposibilidad de enlazar las pistas en una resolución definitiva. After dark, en un intento increíblemente fallido, propone que la búsqueda sólo lleva a una dispersión de lo que se va dejando atrás. Una serie de personajes se mueven sin rumbo por la ciudad de Tokyo, en busca de un misterio que ninguno entiende. Pero Murakami no puede evitar recurrir a ese pájaro suyo, tan banal que sólo sabe dar cuerda. Al final, si alguien ha sabido entender la deriva histórica de los últimos años, es sin duda la norteamericana Denise Duhamel, que terminaba su poemario Afortunada de mí diciendo: Queremos dar una buena impresión. Va siendo hora ya de encontrar a nuestro niño perdido y llevarlo a casa.

12 comentarios:

  1. los españoles escribimos con una interrogación al principio de la pregunta, así: ¿se escribe Derián con tilde? otra cosa que nos caracteriza es que escribimos las palabras enteras (creo que los chinos a veces no lo hacen), así: qué.
    de nada.

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  2. Tantos esfuerzos de muchos artistas para encontrar su propia voz para que luego venga alguien y convierta las cosas en la historia de las cosas

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  3. derián: eres un subproducto del españolismo.

    lima: odio a muerte el concepto de la propia voz. la voz no se busca ni se encuentra, todo el mundo tiene una voz, con sesenta años y con doce. me puedes hablar de estilo, de política de los autores y de todos los conceptos rancios que tú quieras. pero no de voz. eso es un invento de los poetas de esa fatalmente llamada nueva sensibilidad, que sólo quiere definir con una palabra a la autoría contemporánea que es imposible definir. cosas de la crítica literaria, que es todavía más burda que la crítica cinematográfica.

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  4. bien podría haber sido inglés o portugués. me tocó ser parte de la peor lacra de europa. junto a italia, polonia.

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  5. y junto a grecia, te ha faltado. me encanta tu visión flamencou paelia sex on the beach de españa. inglés, ¡ja! me estoy imaginando a un derian inglés.

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  6. Pero qué bien escribe usté.

    Se dice "encabalgamiento" y lo sabes.

    Nunca he leido a Duhamel, ahora tengo que hacerlo.

    El problema de este tipo de textos-ensayos es que tocan temas muy complejos y amplios (el sentido....la historia...) partiendo desde lugares muy arbitrarios y pequeñitos, en realidad no puede ser de otra forma, pero a uno le dan ganas de ponerlos en cuarentena.

    ¿Gaviota y tú seguís en Madrid?

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  7. Estoy con derian, yo tampoco soy español, qué asco.

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  8. yo más menos, pero es que a derian le jode tanto.

    no trato de encontrar máximas. más bien lo escribo para entender yo mismo algo.

    gaviota y yo te estamos esperando al ladito del Manzanares, sí.

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¿cuánto has tenido que andar hasta aquí?