miércoles, 16 de junio de 2010

Giallo (Dario Argento, 2009).


CUANDO LA CRUELDAD ERA INOCENTE

(Algunos apuntes sobre Dario Argento y Giallo)



  1. Los seguidores y la crítica nunca van a perdonarle a Argento que dejara de lado aquella estética abrumadora de su época más defendida y se encontrara con otra estética mucho más racional, llena de colores oscuros, en que sus personajes se mueven como si todo fuera una broma. Lo impresionante de aquellos colores de finales de los setenta y principios de los ochenta, era la capacidad de extrañamiento: todo era antinatural y fantástico, alejado de cualquier acceso al realismo. No hablo ya de las descabelladas tramas, sino de la creación de ambientes que superaban a los personajes en sus movimientos. Ambientes donde el espectador sabía que todo era posible.


  1. Argento siguió haciendo cine fantástico, pero ya no era el mismo. Quiso, a lo largo de los noventa, trabajar sobre la coherencia de sus tramas. Quizás no se había dado cuenta –debieron pensar muchos- de que la coherencia es lo menos importante en sus películas. Cambió los filtros de colores fuertes en cada ventana, en cada lámpara, por luces suaves que parecían no decir nada. Mantuvo ciertos juegos que sólo podían ser suyos: cámaras subjetivas, travellings frontales, efectos de montaje lentos, ninguna cesión al efecto digital. Pero a nadie parecía bastarle. Un crítico dijo en una ocasión que se había convertido en una parodia de sí mismo.



  1. Llegaron los Masters of horror. Jenifer (2005) y Pelts (2006) parecían recuperar algo del Argento perdido: una capacidad de extrañamiento que es difícil encontrar en el cine de terror actual; el momento en que la trama deja de importar y todo es ritmo, amaneramiento, síntesis. Quedaba un hastío bastante grande en lo que se nos contaba, pero la estética parda y un montaje más parecido al de cualquier serie de la HBO que al de Profondo rosso (1975), funcionaban. La cosa transmitía incluso un poco de ese terror que nace de la incomprensión absoluta de lo que se nos cuenta, de la independencia de la imagen frente a la razón del espectador.


  1. La Terza madre (2007) fue una película difícil. Cerrar, veinte años después, la historia comenzada con la inmensa Suspiria (1976) y continuada con la no menos sorprendente Inferno (1980), tenía que ser un ejercicio de soltura y de pasarse a los fans por el forro. Así lo hizo Argento, pero lo hizo regular: otra vez la dependencia de la trama era demasiado grande, y la historia se le iba de las manos en el primer cuarto de hora. Volvía el Argento vs. Argento, la parodia, la exageración. Roma entera estaba bajo el influjo de la Tercera Madre, pero en lugar de ser macarra y absurdo, todo era suave y reflexivo. Aun así, unas pocas secuencias hacían que mereciera la pena, y en particular una en que una madre tiraba a su bebé (claramente hecho de plástico) por un puente. En cierta forma, había aquí una aceptación, un control de esa estética que había tardado tanto tiempo en digerir. No era ya tan revolucionaria como aquella de los setenta, pero un par de planos secuencia y algún efecto de montaje nos decían que sí, que lo estaba consiguiendo.



  1. Me encanta Giallo, porque por fin se reconoce a sí misma. Es un epitafio al terror absurdo, un último grito de desesperación escondido en una trama que nos lleva a donde menos lo esperamos, y también el momento en que Argento se da cuenta de que el giallo como género está muerto, de que su simpleza estética no tiene cabida en un panorama en que el cine de terror sólo sabe buscar giros estúpidos y efectismo La película se abre con una escena que podría ser de cualquiera de las películas de los setenta antes citadas (recuperando incluso, con una toma acoplada a un taxi, aquella magia de crear tensión con una cámara que no enseña nada), y se cierra con un giro que viene a decirnos que la salvación ya no es posible. Entre medias: tópicos destrozados, reflexiones ridículas, dos personajes principales vaciados de carisma y un malo sin ningún tipo de fuerza, al que se nos muestra pasada la primera media hora después de ocultarlo por el simple placer de ocultarlo (maravillosa la secuencia que flota por encima de la mesa y nos niega la visión de una tortura). Argento juega al despiste: después de una primera parte en que aparecen todos los clichés de su cine (el policía solitario, la mujer con iniciativa, el malo con problemas), es capaz luego de destrozarlos sin piedad. Hay dos escenas particularmente buenas: una, en la que el policía que interpreta Adrien Brody, relata la historia de cómo se vengó del asesino de su madre. Es un momento ridículo: “yo sé bien lo que es perder a alguien”, dice él a la mujer que ha perdido a su hermana, y ella se levanta con una sorpresa antinatural y pregunta: “cómo fue”. Un montaje alucinado va pasando entonces del pasado al presente, y el Giallo aparece por fin y es la impunidad del terror por el terror, la infancia contra el miedo. Esta escena se vuelve reveladora en contraste con la que cierra la historia, antes del epílogo. Brody, el policía al que se le perdonó un crimen brutal, ha hecho el bien y, haciéndolo, ha dado un final trágico a la historia. Poco importa lo que se nos diga luego: él ha matado la única posibilidad que la trama tenía de salir victoriosa. Aquí no hay Giallo: el bien y el mal han chocado y la irreflexión del Argento de los setenta ha desaparecido. El bien y la salvación no son vinculantes. Un plano secuencia nos enseña la cara del policía en primer plano, mientras la hermana desesperada grita a sus espaldas. Es probablemente la escena más trágica y pesimista que haya grabado Argento en su filmografía. Y no sólo eso, también es Giallo el título más trágico que podría haberle dado a este filme. ¿Por qué ese título grandilocuente ahora, y no hace diez, veinte años? Porque Argento sabe que un género tan imprudente como el Giallo es imposible en el día de hoy, y ésta no es la muestra de ese género, sino su maldición. El italiano es consciente por fin de estar grabando una película fuera de su tiempo, atravesada por veinte años en que el sentido literario del cine y de la sociedad ha vencido al placer y a la inocencia. Ese plano secuencia es probablemente la conclusión definitiva de un género que sólo puede funcionar si es inconsciente de sus capacidades, en un momento en que el género se reivindica desde el pensamiento (probablemente gracias a Tarantino) y no desde la acción. Cualquier vínculo con lo que de verdad significa el Giallo, sólo puede estar reflejado en la escena en que Brody recupera su pasado. Ahora es Argento el que no nos perdona no haber sabido mantenernos inocentes, capaces de disfrutar y sufrir ante todo lo que fue y ya no podrá ser el género que él culminó: una crueldad cándida, una brutalidad sin objetivo, una lírica sin moral.


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