viernes, 28 de enero de 2011

Para que todo sea diferente (6)

Termino de ver Scott Pilgrim vs. the world (Edgar Wright, 2010) y leo que estamos ante una suerte de lápida para el montaje tradicional, y ante la inmersión (finalmente) de las formas del cine en el lenguaje informático. En primer lugar me pregunto qué quiere decir la forma tradicional del montaje. No concibo una forma tradicional de montaje, en tanto que el montaje asumido del cine (de la imagen en movimiento que necesita un nivel ulterior de coherencia)sigue siendo la base de la transmisión de imágenes, mutada pero firme en la red. De hecho, me parece que Scott Pilgrim bebe sin grandes cambios de la forma en que Godard o Bellochio incluyen cortes, dispersiones, letreros, fórmulas que se rechazan las unas a las otras, o de esa otra lógica virtual que impusiera Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004), y que ha encontrado un reflejo a mi modo de ver más poderoso este año en Machete (Robert Rodríguez). El problema, creo, es que nos empeñamos en ver cambiar las cosas, cuando los procesos de cambio son demasiado ambigüos. Vuelvo a Kill Bill para pensar cómo lo nuevo nace de una forma de comprensión y reflejo de lo pasado en nuestra contemporaneidad. No existe nada nuevo desde Grecia, dicen. En cualquier caso, Scott Pilgrim, como conjuradora de todas estas formas preexistentes y con la excusa de la expresión digital, sirve para auscultar un estado de las cosas, una forma de visión global, no tanto incoherente como capaz de conectar lo que hace unos años era difícil conectar. Y además es plenamente disfrutable.

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