miércoles, 8 de diciembre de 2010

No cambies nada (4)


Primero fue Sleep (1963), donde John Giorno dormía durante seis horas. Luego fue Blow job (1963), una felación de treinta y pico minutos. Podríamos decir que el tríptico culminaba con Empire (1964), una mirada de ocho horas sobre el Empire State. La duración como reflexión, el tiempo como forma de cine. Poca gente puede haberlas visto enteras, pero no importa: no estamos ante un cine de acción, sino ante una forma pura de pensamiento. Nunca, nadie ha puesto en entredicho la capacidad del cine de representar la realidad como Warhol. Cada cosa, nos dice, tiene su espacio y su tiempo. El cine se ha centrado en desplegar el espacio, pero pocas veces el tiempo. Si un ciclo completo de sueño dura seis horas, Warhol graba seis horas. Si una felación dura algo más de media hora, Warhol graba media hora. La necesidad de un tiempo para cada cosa, que en las formas generales del cine es obviada, sólo puede representarse así. Son películas que tenían que existir, tarde o temprano y más allá de un posible espectador, porque critican el poder de la imagen desde un lugar importante en el pensamiento cinematográfico. La elipsis desaparece: sólo la conciencia, y nunca la realidad, puede producir espacios vacíos. Lo que hace Warhol no es lo que entendemos por cine, porque el cine lleva atado la carga de la conciencia. Warhol anula la conciencia selectiva de la imagen. Empire, la última de las tres películas, es quizás la más potente de sus reflexiones: aquí ya no hay necesidad de presentar un ciclo, de observar el espacio completo de una acción. Empire es un cuadro, y no una película, pero un cuadro que hace efectivo algo imposible en la pintura: el cambio interno, el movimiento, la necesidad del avance para representar la realidad. Durante ocho horas, el Empire State se aclara, el cielo tras él evoluciona, y ése es el único movimiento que el espectador puede percibir. No es un movimiento accionado por la cámara de Warhol, sino otro movimiento ineludible: el de la realidad. El paso del tiempo a ambos lados de la pantalla, en este caso, es el mismo. Por decirlo de otra forma, el espectador envejece al mismo tiempo que John Giorno. Cada acción tiene su duración, cada observación su forma. No se está mostrando una capacidad de mirar, ni siquiera una radicalización de la función del plano secuencia, porque el plano secuencia también puede ser truncado con otros mecanismos (pienso en El arca rusa (Sokurov, 2002)). Lo que está mostrando es el salto entre la realidad y su representación, la distancia entre nuestro tiempo y el tiempo de la imagen. El cine nos engaña: hace que el tiempo pase más rápido sobre nuestra mirada que sobre nuestro cuerpo. En un sentido metafórico, late en las películas de Warhol la utopía de una representación vampírica, que deja de ser representación y avanza con nosotros. Una película que dure lo mismo que una vida.

2 comentarios:

  1. Idea esta último que bien podría haber tenido Borges, si es que no la tuvo.
    El cine es un arte vicario, pero tambien y sobre todo un arte en si mismo, asi que quienes lo convierten en fotografías oscuras o programas de radio lo están pervirtiendo.
    Ho detto

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  2. Pervertir viene de perverso. El cine en sí es perverso. Nos tiende la mano como bálsamo de la conciencia, nos asegura que en él podemos ahogar fantasmas. Y es mentira. El cine evidencia cosas que sería mejor no evidenciar. Elegimos un poco de autodestrucción cuando vemos una película. Si la descomponemos, si sacamos de ella ideas ordenaditas, al menos podemos vengarnos de la imagen.

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¿cuánto has tenido que andar hasta aquí?